jueves, 22 de julio de 2010

¿Por qué a los hombres cristianos no se les ve rezar u orar?


¿Por qué a los hombres cristianos no se les ve rezar u orar?



Ríos de tinta han corrido en estas semanas por el tema de la relación entre los católicos y los musulmanes. Muchas cosas se dijeron y otras se callaron desde los grandes medios de comunicación. Parece tan contradictorio: lo que aparentemente se produjo por una frase se arregló con una reunión entre el Papa y los representantes de los estados islámicos en el Vaticano. Y todo se arregló sin que el Papa pidiera disculpas por el contenido de su mensaje en Alemania: todo un signo de que fue algo inflado por los medios y aprovechado por los políticos de turno en distintos lugares del mundo.


De todo lo que leí, vi y escuché, quisiera reflexionar sobre un artículo que me hizo pensar bastante. Lo leí en un periódico digital español, pero pertenece a un sacerdote de esa misma nacionalidad. Tiene el sugerente título en forma de pregunta: “¿por qué nunca vi rezar a mi padre? Su experiencia personal, era la de un “papá que era tan bueno, trabajador y honrado, extraordinariamente simpático y amigo de sus amigos”, pero que, sin embargo, nunca le dio el testimonio de su oración personal. Y el contraste que nos dan las imágenes del mundo árabe: son hombres a los que se les ve rezar, sin miedo ni escrúpulos, incluso en la calle. Lo mismo podemos decir de los judíos: ¿acaso no son a los varones que vemos junto al Muro de los Lamentos, con su libro en mano y sus rezos en sus labios?


Que contraste con la imagen de los cristianos en general, y de los católicos en particular. Pensemos un momento en la imagen de alguien católico rezando. Estoy seguro que en tu mente apareció una viejita rezando el rosario. ¿Es así? Toda una imagen que habla de nuestra cultura y de la manifestación de la fe. A los hombres los solemos ver, cada vez menos, leyendo las lecturas en la Misa o llevando en andas el Santo en la procesión.


La Providencia actúa de manera misteriosa en nuestra historia. Tal vez tantas imágenes de musulmanes rezando piadosamente sin avergonzarse o pensar que porque manifiestan públicamente su fe son menos hombres, tal vez tantas imágenes de musulmanes rezando han sido permitidas por Dios para que los hombres se pregunten por su relación con el Altísimo. Mas de uno que escucha estas palabras seguramente dirá: “Yo rezo, pero a mi manera…?” ¿Será así en verdad? Por lo pronto muchos hijos y nietos se están perdiendo la oportunidad de tener un testimonio de fe en las actitudes que no ven de parte de sus padres o abuelos. ¿Serán menos hombres porque den gracias a Dios antes sentarse a comer? ¿ Su virilidad se verá afectada porque reúne a los suyos para dar gracias por un acontecimiento feliz o para suplicar fortaleza en medio de las tormentas de la vida? Que el testimonio de los hombres musulmanes rezando interpele nuestras vidas. Amén.





jueves, 8 de julio de 2010

LA PARABOLA DEL BUEN SAMARITANO.

(Lucas 10, 25-37) 1ª.- Si se ve en este relato una enseñanza de Jesús a cerca de la primacía del amor sobre la liturgia, la parábola es una critica de la postura de los creyentes que viven preocupados por su relación cultual con Dios, por su oración y, al mismo tiempo, dan rodeos en las necesidades del hermano. La parábola es una crítica tremenda contra la postura de aquellos creyentes que sirven litúrgicamente a su Dios y después pasan de largo junto a las necesidades concretas de la humanidad. Desde esta parábola hay que criticar cualquier estructura, cualquier forma religiosa: Eucaristía, vivencia litúrgica...que se convierta en obstáculo o por lo menos no nos lleve a amar eficazmente a la persona necesitada. La renovación de la Iglesia no puede consistir en una renovación litúrgica, ni mucho menos, porque eso no es lo principal según el mensaje de Jesús. 2ª.- La parábola nos descubre también que las exigencias del amor cristiano son ilimitadas. El amor cristiano no excluye a nadie, nos debemos a toda persona que nos necesite. Por lo tanto, reducir el amor cristiano a los límites de mi pueblo, de mi raza, mi religión, mi ideología, mi familia, mi clase social...no es una actitud cristiana. La postura verdaderamente cristiana es la de un amor universal que no excluye a nadie. Pero, ¡atención!, hablar de un amor universal, sin fronteras, no es quitar realismo, eficacia ni concreción al amor cristiano. Amar a todos los hombres se traduce, en la vida limitada de una persona, en amar totalmente a quienes están junto a mí. Puedo decir que amo a todos los hombres en la medida que amo totalmente a los que puedo amar prácticamente porque están junto a mí. Entonces puedo decir que mi amor es universal. 3ª.- El amor cristiano, según Jesús, no es un precepto, ni siquiera el primero. San Juan dirá: “Este es el mandato”. Jesús no habla de su mandato. Por lo tanto no se pueden fijar ni definir de antemano las obligaciones ni los límites del amor. Por eso, concretamos: El amor cristiano no puede quedar reducido a una serie de obligaciones hacia unas determinadas personas con quienes nos creemos obligadas. El amor cristiano tampoco puede quedar reducido a una serie de prácticas, de caridades hechas a unas personas con las que nos sentimos más obligados. Por otra parte, el amor cristiano no puede estar limitado a una serie de prácticas o costumbres tranquilizadores: limosnas, ayudas... En esta actitud todavía no se ha salido del judaísmo. Ser cristiano no es cumplir obligaciones de amor, de caridad; ser cristiano, según Jesús, es: "Estar atento, estar cercano a todas las necesidades de las personas; vivir siempre alerta para ver quién nos puede necesitar sin dar rodeos; acercarnos a las personas, al pueblo, a los grupos, a la Iglesia que me puede necesitar”. Una vez más, ser cristiano es no dar rodeos ante una necesidad. Por eso digo, que el amor cristiano no es un mandamiento, ni siquiera el primero; es TODO UN ESTILO DE VIVIR, TODO UN CAMINAR EN LA VIDA: "Haz eso y vivirás", dice Jesús. Ser cristiano es ser como el samaritano, caminar por la vida acercándonos al que nos necesita cerca de él. 4ª.- Hemos dicho que el amor cristiano no es un precepto, ni siquiera el principal; por consiguiente, hay que concluir esto: "no se puede amar fundamentando este amor simplemente en una obligación". No hacemos nada con decir que el amor es nuestro primer mandamiento; con eso no se fuerza a nadie a amar. No se puede amar a nadie sólo por un precepto: "Un gobernador que dijera: Hay que amar a los de tal provincia"; "tú, chica, tienes que amar a este chico, por obligación" etc.; todo eso no tiene sentido; el amor sale o no sale. La capacidad de amar nace cuando uno se siente amado. El que no se cree amado, no ama, o pocas fuerzas tendrá para amar. Se esforzará, pero volverá a no amar. Por eso, Jesús, lo primero que nos dice es "que Dios nos ama, que está cerca de nosotros, que se ha hecho prójimo nuestro", y sólo el que haya descubierto esto, podrá amar. Tenemos que creer en el amor con que Dios nos ama, si queremos tener fuerzas para amar. Si uno no se siente profundamente y totalmente amado por alguien, amado por Dios, muy pocas fuerzas tendrá para amar. Entonces, lo primero que tengo que descubrir es que Dios es mi prójimo, si quiero tener fuerzas para amar, ser prójimo de los demás. Necesito sentir a Dios como mi amigo, si quiero tener fuerzas para amar a mis enemigos. Sería muy triste para nosotros, si habiendo renunciado a un amor humano, no nos sintiéramos amados por Dios; de ello se deduce que podemos caer en el riesgo real de vivir en la vida como personas que se sienten muy poco amadas, y por lo tanto amargadas y con muy poca capacidad de amar; ni siquiera con la capacidad que pueda dar el amor humano. Esto es muy serio. 5ª. - La parábola en Lucas. Aunque no nos hemos detenido en él, es una exhortación a la acción. La escena que ha provocado la parábola es la siguiente: "¿Qué he de hacer para entrar en la vida eterna?". El camino no es saber doctrina, sino que lo principal es el amor a Dios y al prójimo. El único camino, en último término es, el amor práctico al necesitado. Y volvemos a la enseñanza fundamental de Jesús, que vimos también en las últimas parábolas. Jesús ha hecho una crítica de todo cristianismo que quede solamente en pura teoría impracticable, un cristianismo que no lleve a la práctica, no sirve. Terminamos recordando la parábola con la que el Hijo del Hombre describe el Juicio final, en la que hace la división de los hombres según hayan amado a sus hermanos. Hay dos posturas: -Unos hombres han amado al necesitado; le han dado un vaso de agua, le han vestido, le han dado de comer, etc...; han amado a quien tenían junto a sí necesitado, incluso como si fuera Dios. Ha habido unos hombres que han amado a los necesitados, y que lo hubieran hecho aunque no hubiera existido Dios. -Otros hombres, no han amado prácticamente al necesitado; quizá lo hubieran hecho si se hubiesen encontrado allí con Dios: "No sabíamos que era así". Independientemente de las motivaciones, sólo entrará en la vida eterna el que haya amado prácticamente al necesitado. Pues el que ama está lleno de Dios; y en la medida en que ame de verdad, es Hijo de Dios, y le corresponde entrar en la vida de los hijos de Dios. Cerrarse al amor, según Jesús, es encerrarse en sí mismo y cerrarse al hermano. El que no ama, dará la justificación que quiera, pero no entrará en la vida de los hijos de Dios.

martes, 6 de julio de 2010

LA FE DEL CENTURION.

Falleció José Saramago, premio Nobel de literatura. Y esta mañana, al ponerme a escribir esta entrada en el blog, no puedo dejar de pensar en algo que me causa un profundo malestar: son ya muchas las personas de gran calidad que, como Saramago, se han distinguido por dedicar lo mejor de sus vidas a la defensa de las causas más nobles (la justicia, el derecho, la libertad, la paz, los oprimidos…), pero resulta que, al mismo tiempo, muchos, muchísimos, de los que se han dedicado a todo eso son agnósticos, ateos y, por supuesto, nada religiosos. ¿Qué pasa aquí? Desde luego, son también muchos los creyentes que, por la fuerza de sus creencias, han dado lo mejor de sus vidas, y hasta la vida misma, por esas mismas causas. Pero esto no le quita importancia, ni suprime el problema que representa el hecho, tan repetido, de tantos ateos, tan profundamente humanistas. Como tampoco le quita su peso al hecho de tantos hombres religiosos, que han dado pruebas sobradas de vivir como unos sinvergüenzas. Pensando en estas cosas, me ha venido a la cabeza el recuerdo de aquel centurión romano, del que hablan los evangelios (Mt 8, 5-13; Lc 7, 2-10; Jn 4, 43-54), un hombre tan honrado y tan buena persona, que no pudo soportar el sufrimiento de un “esclavo” (doulos) (Lc 7, 2) que se le estaba muriendo en su casa. Pues bien, de este jefe militar, que mandaba a la tropas de ocupación y que, desde luego, ni tenía, ni podía tener, las creencias religiosas de los judíos, dijo Jesús: “Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe” (Mt 8, 10 par). Como es lógico, aquel militar, que tenía que haber hecho el juramento de fidelidad al Emperador, como “Sumo Pontífice” de los “dioses” del Imperio, a juicio de Jesús tenía más fe que nadie en la Palestina de aquel tiempo. ¿Qué fe tenía aquel hombre? Por supuesto, no tenía las creencias religiosas de los judíos; ni las de los que seguían a Jesús; ni cumplía con las observancias de la religión revelada (según decimos en la tradición judeo-cristiana). Entonces, ¿qué fe tenía aquel hombre? ¿por qué Jesús afirma que tenía tanta fe? La respuesta es muy sencilla: lo que aquel hombre tenía era una enorme humanidad. Era buena persona a carta cabal. Pues bien, sin duda alguna, en eso consistía básicamente la fe, según los criterios de Jesús. Por eso, en los evangelios, la fe se entiende de manera muy distinta a como se entiende en las cartas de Pablo: la fe en conexión con la “justificación” ante Dios y, mediante eso, como logro de la “salvación” eterna (Rom 1, 17; 3, 22. 25. 26. 30; 4, 16; 5, 1; Gal 2, 16. 20; 3, 7. 9-12, etc). Esto dijo san Pablo en los primeros años 50. Pero veinte años más tarde, en los primeros años 70, cuando se redacta el evangelio de Marcos y más tarde los otros evangelios, se presenta la fe de otra manera: ya no se trata de una relación “religiosa” con lo “trascendente”, sino de una “experiencia de humanidad”, de vida, de salud, de confianza en Jesús. De ahí, la insistente afirmación de Jesús a los enfermos que curaba: “Tu fe te ha salvado” (Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 12), lo que le dijo también Jesús a la mujer de mala fama, la gran pecadora, a la que Jesús devolvió su dignidad (Lc 7, 50). Esto ya es otra fe y otra salvación. Es la fe que se pone de parte de los que sufren y de los que se ven maltratados por la vida. Con lo dicho hay bastante. Sobre todo, para hacerse una pregunta que da que pensar: ¿Quién tiene fe de verdad? ¿No cabe decir que existe una extraña “fe de los ateos”, de los que no tienen “religión”, pero sienten vivamente lo humano y tienen por eso una gran “humanidad”? Al menos, como pregunta - me parece a mí -, tenemos que afrontar este asunto capital. Porque bien puede ocurrir que, pensando que tenemos el don de la fe, en realidad (y según los criterios de Jesús), nuestra presunta fe no es precisamente ejemplar. Como también puede ocurrir que los “ateos creyentes” (evangélicamente hablando) sean más numerosos de lo que imaginamos. Patrizia.