LA
VENIDA DEL SEÑOR ES INMINENTE.
Tened el delantal puesto y encendidos los
candiles: pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para,
cuando llegue, abrirle en cuanto llamé. Dichosos esos criados si el amo, al
llegar, los encuentra en vela... » (Lc
12,32ss).
La venida, la visita de Jesús, el amo, a la
comunidad cristiana, una comunidad de siervos o servidores, pues no se puede
ser cristiano si no se es servidor de los demás, se efectúa en dos momentos:
uno, en la eucaristía, en la que Jesús se hace presente en medio de la
comunidad por la palabra y por la fracción del pan; otro, en la persecución y
en la muerte de cada uno.
Para estos dos encuentros, el cristiano debe estar
en vela. Y para estar en vela, dos son las actitudes básicas del discípulo de
Jesús:
- Primera: renunciar a los bienes de la tierra:
«Vended vuestros bienes y dadlos en limosnas.» Tal vez la fórmula 'vender y
dar' no sea hoy en nuestra sociedad la más eficaz. Hoy habría que hablar de
invertir en crear puestos de trabajo, en hacer partícipe al obrero de la
ganancia de la empresa u otras fórmulas similares. Pero el espíritu de dicho
mandato evangélico es claro: ser solidarios, compartir, hacer partícipes a los
demás de los bienes que llamamos 'propios'; ser misericorde, compasivos,
justos.
- Segunda: ejercer de servidores, pues la esencia
del cristianismo es el servicio incondicional al prójimo hasta la muerte.
«Conque, ¿dónde está ese administrador fiel y cuidadoso a quien el amo va a
encargar de repartir a los sirvientes la ración a sus horas? Dichoso el tal
empleado si el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su obligación. Os
aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el tal
empleado, pensando que su amo tardará, empieza a maltratar a los mozos y a las
muchachas, a comer y beber y emborracharse, el día que menos se lo espera, y a
la hora que no ha previsto, llegará el amo y lo pondrá en la calle, mandándolo
adonde se manda a los que no son fieles» (Lc 12,42-47).
De lo que llamamos 'nuestro' somos meros
administradores, no propietarios; y como administradores debemos servir sin
abusos ni egoísmos; cuanto más elevados estemos en el escalafón social, más
exigente será el servicio que debamos prestar. Sólo así estaremos preparados
para la vuelta del amo de la boda, imagen del reino definitivo, que se anticipa
cada vez que celebramos la eucaristía. Hablando de lo que es la iluminación,
Anthony de Mello dice lo siguiente: “Es como un vagabundo de Londres que se
estaba acomodando para pasar la noche. A duras penas había conseguido un pedazo
de pan para comer. Entonces llegó a un malecón, junto al río Támesis. Estaba
lloviznando, y se envolvió en su viejo abrigo. Ya iba a dormirse cuando de
repente se acercó un Rolls-Royce manejado por un conductor. Una hermosa joven
descendió del automóvil y le dijo: – Mi pobre hombre, ¿va a pasar la noche en
este malecón? – Sí – le contestó el vagabundo. – No lo permitiré – le dijo ella
–. Usted se viene conmigo a mi casa y va a pasar la noche cómodamente y a tomar
una buena cena. La joven insistió en que subiera al automóvil. Bien, salieron
de Londres, y llegaron a un lugar en donde ella tenía una gran mansión con
amplios jardines. Los recibió el mayordomo, a quien la joven le dijo:
“Jaime, cerciórese de que a este hombre lo lleven a las habitaciones de los
sirvientes y lo traten bien”. Y Jaime obró como le dijo ella. La joven se había
preparado para dormir y estaba a punto de acostarse cuando recordó a su
huésped. Entonces se puso algo encima y fue hasta las habitaciones de los
sirvientes. Vio una rendija de luz en la habitación en la que acomodaron al
vagabundo. Llamó suavemente a la puerta, la cual abrió, y encontró al hombre
despierto. Le dijo: – ¿Qué sucede, buen hombre, no le dieron una buena cena? –
Nunca había comido tan bien en mi vida, señora – le contestó el vagabundo. –
¿Está usted bien caliente? – Sí, la cama es hermosa y está tibia. – Tal vez
usted necesita compañía – le dice ella –. Córrase un poquito. Se le acercó, y
él se movió hacia un lado, y cayó directo al Támesis...
Eso es la iluminación. Estar despiertos. Vivimos
muchas veces sumidos en nuestros sueños y olvidamos la bella y cruda realidad.
Quisiéramos que las cosas fueran distintas, que los problemas no existieran,
que los conflictos se resolvieran de una vez y para siempre. Pero este tipo de
vida hace que no seamos capaces de reconocer el paso de Dios por nuestras
vidas. Por esto hay que mantenerse despiertos. Esto es lo que quería decir el
Señor cuando le dice a sus discípulos: “Sean como criados que están esperando a
que su amo regrese de un banquete de bodas, preparados y con las lámparas
encendidas, listos para abrirle la puerta tan pronto como llegue y toque.
Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les
aseguro que el amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirles
la comida. Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a la
medianoche o de madrugada”.
No sabemos ni el día ni la hora. Con frecuencia el
Señor nos sorprende. “Si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el
ladrón, no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Ustedes también
estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperan”. El
Señor nos invita a estar preparados para saber descubrir las señales de su
presencia que todos los días nos rayan la pupila de tanto mirarlas. Y todavía
preguntamos, ¿dónde está el Señor? ¿Cómo descubrirlo? ¿Cómo sentir su
presencia? Por estar soñando, no vemos lo evidente. Pidamos al Señor que nos
regale la gracia de permanecer despiertos, que no vivamos anestesiados y
adormilados ante la vida. No sea que nos suceda lo que le sucedió al mendigo,
que por estar cómodamente viviendo en nuestros sueños, caigamos directamente al
Támesis...
Con Cariño, Patricia.
Tened el delantal puesto y encendidos los
candiles: pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para,
cuando llegue, abrirle en cuanto llamé. Dichosos esos criados si el amo, al
llegar, los encuentra en vela... » (Lc
12,32ss).
La venida, la visita de Jesús, el amo, a la
comunidad cristiana, una comunidad de siervos o servidores, pues no se puede
ser cristiano si no se es servidor de los demás, se efectúa en dos momentos:
uno, en la eucaristía, en la que Jesús se hace presente en medio de la
comunidad por la palabra y por la fracción del pan; otro, en la persecución y
en la muerte de cada uno.
Para estos dos encuentros, el cristiano debe estar
en vela. Y para estar en vela, dos son las actitudes básicas del discípulo de
Jesús:
- Primera: renunciar a los bienes de la tierra:
«Vended vuestros bienes y dadlos en limosnas.» Tal vez la fórmula 'vender y
dar' no sea hoy en nuestra sociedad la más eficaz. Hoy habría que hablar de
invertir en crear puestos de trabajo, en hacer partícipe al obrero de la
ganancia de la empresa u otras fórmulas similares. Pero el espíritu de dicho
mandato evangélico es claro: ser solidarios, compartir, hacer partícipes a los
demás de los bienes que llamamos 'propios'; ser misericorde, compasivos,
justos.
- Segunda: ejercer de servidores, pues la esencia
del cristianismo es el servicio incondicional al prójimo hasta la muerte.
«Conque, ¿dónde está ese administrador fiel y cuidadoso a quien el amo va a
encargar de repartir a los sirvientes la ración a sus horas? Dichoso el tal
empleado si el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su obligación. Os
aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el tal
empleado, pensando que su amo tardará, empieza a maltratar a los mozos y a las
muchachas, a comer y beber y emborracharse, el día que menos se lo espera, y a
la hora que no ha previsto, llegará el amo y lo pondrá en la calle, mandándolo
adonde se manda a los que no son fieles» (Lc 12,42-47).
De lo que llamamos 'nuestro' somos meros
administradores, no propietarios; y como administradores debemos servir sin
abusos ni egoísmos; cuanto más elevados estemos en el escalafón social, más
exigente será el servicio que debamos prestar. Sólo así estaremos preparados
para la vuelta del amo de la boda, imagen del reino definitivo, que se anticipa
cada vez que celebramos la eucaristía. Hablando de lo que es la iluminación,
Anthony de Mello dice lo siguiente: “Es como un vagabundo de Londres que se
estaba acomodando para pasar la noche. A duras penas había conseguido un pedazo
de pan para comer. Entonces llegó a un malecón, junto al río Támesis. Estaba
lloviznando, y se envolvió en su viejo abrigo. Ya iba a dormirse cuando de
repente se acercó un Rolls-Royce manejado por un conductor. Una hermosa joven
descendió del automóvil y le dijo: – Mi pobre hombre, ¿va a pasar la noche en
este malecón? – Sí – le contestó el vagabundo. – No lo permitiré – le dijo ella
–. Usted se viene conmigo a mi casa y va a pasar la noche cómodamente y a tomar
una buena cena. La joven insistió en que subiera al automóvil. Bien, salieron
de Londres, y llegaron a un lugar en donde ella tenía una gran mansión con
amplios jardines. Los recibió el mayordomo, a quien la joven le dijo:
“Jaime, cerciórese de que a este hombre lo lleven a las habitaciones de los
sirvientes y lo traten bien”. Y Jaime obró como le dijo ella. La joven se había
preparado para dormir y estaba a punto de acostarse cuando recordó a su
huésped. Entonces se puso algo encima y fue hasta las habitaciones de los
sirvientes. Vio una rendija de luz en la habitación en la que acomodaron al
vagabundo. Llamó suavemente a la puerta, la cual abrió, y encontró al hombre
despierto. Le dijo: – ¿Qué sucede, buen hombre, no le dieron una buena cena? –
Nunca había comido tan bien en mi vida, señora – le contestó el vagabundo. –
¿Está usted bien caliente? – Sí, la cama es hermosa y está tibia. – Tal vez
usted necesita compañía – le dice ella –. Córrase un poquito. Se le acercó, y
él se movió hacia un lado, y cayó directo al Támesis...
Eso es la iluminación. Estar despiertos. Vivimos
muchas veces sumidos en nuestros sueños y olvidamos la bella y cruda realidad.
Quisiéramos que las cosas fueran distintas, que los problemas no existieran,
que los conflictos se resolvieran de una vez y para siempre. Pero este tipo de
vida hace que no seamos capaces de reconocer el paso de Dios por nuestras
vidas. Por esto hay que mantenerse despiertos. Esto es lo que quería decir el
Señor cuando le dice a sus discípulos: “Sean como criados que están esperando a
que su amo regrese de un banquete de bodas, preparados y con las lámparas
encendidas, listos para abrirle la puerta tan pronto como llegue y toque.
Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les
aseguro que el amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirles
la comida. Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a la
medianoche o de madrugada”.
No sabemos ni el día ni la hora. Con frecuencia el
Señor nos sorprende. “Si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el
ladrón, no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Ustedes también
estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperan”. El
Señor nos invita a estar preparados para saber descubrir las señales de su
presencia que todos los días nos rayan la pupila de tanto mirarlas. Y todavía
preguntamos, ¿dónde está el Señor? ¿Cómo descubrirlo? ¿Cómo sentir su
presencia? Por estar soñando, no vemos lo evidente. Pidamos al Señor que nos
regale la gracia de permanecer despiertos, que no vivamos anestesiados y
adormilados ante la vida. No sea que nos suceda lo que le sucedió al mendigo,
que por estar cómodamente viviendo en nuestros sueños, caigamos directamente al
Támesis...
Con Cariño, Patricia.